El fracaso según Risto Mejide

El fracaso es algo indispensable, y normalmente inseparable, de la vida del emprendedor. El fracaso es algo que, pese a la importancia que se le da, tiende a ocultarse exteriormente pero hay que tener muy presente interiormente para seguir creciendo.

Como acabo de regresar de unas minivacaciones de cuatro días y tengo un montón de trabajo acumulado creo que uno hay nada mejor que otro escriba por mí así que os dejo con un capítulo muy bueno sacado de El pensamiento negativo, un libro de Risto Mejide 


Qué nos está pasando. En qué momento se nos fue la olla. En qué despiste compramos contra reembolso la idea del éxito, decidimos raparnos el valor y comulgamos con al iglesia de la exitología. Quién nos ha timado de esta manera, que nos devuelvan el dinero, quiero el libro de reclamaciones. Ahora. Pero ya.

Beneficios, plusvalía, valor, optimismo, triunfo, éxito, crecimiento, que las cosas te vayan bien, que la vida te sonría, y sobre todo, qué bien te veo. Andamos intoxicados de caras encolagenadas, camisas impolutas, y sonrisas diseñadas que enseñan todos los dientes, aunque sea a costa de de apretarlos bien. Joder, que hasta hay gente que se saluda y se alegra de verse. Es insano, perverso, malvado, y lo peor, mentira podrida. Como si lo natural fuera triunfar, como si el éxito fuese lo más común, lo más “normal”.

Ya nadie acepta sus propias miserias, si visitas al psicólogo, su anorgasmia, su ansiedad, el tiempo que hace que no toca a su pareja, sus miedos, si falta de habilidades sociales, o su incapacidad para comunicarse con sus hijos. El fracaso ya es la nueva lepra, la última enfermedad de transmisión sexual, más de la mitad de los adultos ha pasado por él, y sin embargo a ver quién es el guapo que tira la primera piedra que no sea un tejo.

Pero si ni siquiera aceptamos nuestro gran fracaso, el que nos da la muerte, y nos llegamos a inventar que es un triunfo para entrar en otra vida repleta de angelitos que tocan el arpa. La cuestión es decir siempre que todo nos va de lujo, que estamos que nos salimos, que por fin estamos donde queremos estar y que este año las previsiones son aún mejores que las del año pasado.

El triunfo atonta.

La vida entera es fracasar. Espabilamos gracias a morder el polvo, comernos los “yo nunca”, aguantar unos cuantos “ya te lo dije”. Caerse una y otra vez, para lo cual es requisito indispensable haberse levantado en otras tantas ocasiones.

Que si lo miras, tus relaciones fracasadas son siempre mayoría, y algo que está tan presente en tu vida no puede ser tan malo si te ha llevado hasta donde estás. Que si me apuras, alguien que te ha acompañado un trozo del camino ni siquiera debería poder considerarse fracaso. Que si lo intentas, admitir e incluso estar orgulloso de tus fracasos puede ser el principio de gestación de todos tus próximos triunfos.

Aunque lo peor no es querer evitar el fracaso, nadie es idiota, y huir del dolor puede ser hasta humano. Lo peor es que detrás del fracaso, escondidito, sin hacer ruido para no llamar la atención, viene de la manita un miedo mucho pero que mucho más letal, el miedo al riesgo. He visto gente morir de nada por culpa del miedo al riesgo.

Cada vez conozco más empresas que empezaron en su día trabajando hacia fuera, hacia las necesidades de un mercado, de un consumidor, de un ama de casa, y conforme crecían en dinero, en ventas, y en poder, empezaban a trabajar hacia adentro, hacia las necesidades de unos trabajadores que se habían ido poco a poco convirtiendo en burdos funcionarios. Product Managers cuyo único objetivo es no cagarla durante 4 años porque así tienen asegurado el salto a Brand Manager, y si siguen sin cagarla otros 4 años, algún día, ser propuestos como directores de Marketing. Gastadores de presupuestos con objetivos de dos cifras, sueldos de cinto ceros y coches de doce válvulas. Corbatas vacías de vida que hace tiempo que no gestionan visones sino segundas hipotecas.

Y eso que los gurús (esos que cobran lo que tú jamás cobrarás por no hacer lo que dicen que hay que hacer para llegar a ser quienes ellos no han llegado nunca a ser) no paran de hablar de la importancia del fracaso. Desde Tom Peters (embrace Failure!) hasta Paul Arden (It’s wrong to be right. It’s right to be wrong), todos nos hablan sobre lo mucho que conviene equivocarse antes de acertar. Pero claro, para eso son gurús. Para decirle a uno lo que debería estar haciendo en vez de lo que tiene más remedio que hacer.

A mí lo que más me preocupa es que en medio de todo esto no reparemos en la belleza del error, la estética de una buena crisis, el innegable valor de un “por aquí no es”. Es fácil equivocarse, sí, pero mucho más fácil es equivocarse sobre lo que significa equivocarse.

Equivocarse no es hacerlo mal a conciencia. Es más bien tomar un riesgo y sufrir su no-éxito. Equivocarse no es ser ineficiente. Es más bien sufrir el no-yo, ese reverso oscuro, ése en el que nunca pensamos, pero que es tan nuestro como nuestras propias lágrimas. Equivocarse no es ser imbécil. Es más bien empezar a serlo un poco menos.

Equivocarse no es romper: eso es quedarse con media copla. Equivocarse implica romper, cortarse, sufrir, mirar, reflexionar, curarse, y tener la oportunidad de volver a construir algo nuevo que sea mejor que lo anterior. Si se parece a algo, equivocarse es tener la oportunidad de aprender.

Por extensión, no equivocarse sólo significa que probablemente había mucho más margen en el riesgo asumido. Que enhorabuena, pero quizá podrías haber ido un poco más allá. Que de puta madre, pero a lo mejor te has quedado corto. En cierta manera, no equivocarse conlleva la incómoda y perdurable idea de que en el fondo igual te has equivocado un poco. Y encima, como te sientes tan contento, que ni reflexión ni hostias, sigues palante con esos ojos en blanco tan característicos del triunfador.

Otra vez. Sí. Ya acabo. El triunfo atonta.

Y es que sólo cuando triunfas estás en disposición de cometer tu peor error. El mayor fracaso del mundo civilizado. El que viene después de cualquier éxito.

Creerte que lo puedes repetir.


¿Qué te parece su visión sobre el fracaso? ¿Estás de acuerdo con él? ¿Compartes abiertamente tus fracasos?


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